El águila y el verdugo ( acto I )

El oscuro pasillo parecía interminable, Loren avanzaba con paso decidido seguido por Augusto y Meginhard que ya llevaban un buen rato sin decir palabra. Aquel baluarte era inmenso, parecía que podía llevar horas cruzarlo, sin duda era un baluarte digno de albergar a un Lord Inquisidor.

  • Ya hemos llegado. Dijo el acólito Loren.

Se encontraban frente una robusta puerta guardada por 2 guardias imperiales, los cuales, a la orden de Loren, tiraron de ellas para abrirlas de par en par y mostrar un largo salón iluminado por diversas chimeneas encendidas en las paredes de esa sala que llegaban hasta el final.

  • Por favor esperen aquí, el Lord Inquisidor les atenderá en breve, pónganse cómodos.

Ambos acataron la invitación de Loren y se dirigieron a la imponente mesa de piedra que descansaba al final del salón.
Acólito Loren

  • Sargento Meginhard, -dijo de pronto Augusto- ¿alguna vez ha estado en presencia de un Inquisidor o algún representante de alto nivel?
  • No capitán.
  • En ese caso deje que le advierta. No hable con el a menos que le dirija la palabra o le de permiso para hablar. Así mismo no haga movimientos bruscos y muéstrese siempre respetuoso. Y lo mismo para cualquier miembro que le acompañe.
  • Sí capitán.

Augusto dirigió la mirada al sargento, consciente de que algo extraño había en su voz y en su expresión.

  • ¿Le preocupa algo sargento? Preguntó con interés Augusto.

Meginhard, extrañado al oír esa pregunta, levantó la mirada hacia el capitán Augusto.

  • Bueno vera..yo...
  • Adelante sargento, puede decirme lo que le preocupe, sin miedo.
  • Precaución... desde que se me encargó esta misión, numerosas personas ,incluida usted capitán, me han dicho que debo tener cuidado, y no soy capaz de entender a que debería temer.
  • ¿Los temores que no conocemos son capaces de infundir más miedo por el hecho de ser desconocidos no cree?
  • No...Sí... imagino que sí, pero no me refería a ello...lo que quería decir es... ¿A qué o a quien hay que temer cuando me encuentro en uno de los sectores más seguros del imperio, en un mundo forja con toda su guarnición imperial, junto a un capitán gris como usted y con el mismísimo Lord Inquisidor tras esa puerta...por no mencionar que un capitulo completo de marines se encuentran a menos de 2 horas de aquí...yo no...
  • Usted mismo ha dado respuesta a su pregunta sargento.
  • ¿A que se refiere? Dijo sorprendido Meginhard.

Augusto hizo una pausa, un emisario imperial se dirigía hacia ellos para ofrecerles vino mientras esperaban. Augusto parecía nervioso ante la presencia de ese sirviente, pese a ello acepto el vino y bebió de su copa. Con un gesto de ella agradeció la oferta y dio permiso al emisario para que este se retirase.

  • Disculpe, no deseo oídos extraños. Susurró Augusto cuando el sirviente salía por la puerta por donde ellos habían entrado. Ha mencionado que porqué tener miedo estando cerca del Lord Inquisidor, y esa me temo es la razón por la cual debe tener miedo. ¿Que enemigo del imperio no querría un trofeo como es la cabeza del mismísimo Lord? Imagine como seria reconocido entre sus filas de infieles...
  • Quiere decir que...fue interrumpido por Augusto
  • Quiero decir que, donde sea que vaya alguien tan importante y con tanto renombre como un Inquisidor, atraerá a enemigos que buscarán la gloria empujados por la ilusión de conseguir su cabeza como ofrenda para sus señores.

Meginhard asintió con la cabeza mientras ahora era el quien bebió de su copa

  • ¿No me diga que un sargento del capitulo de los marines como usted teme a la batalla? Preguntó augusto
  • No la temo capitán. Dijo con firmeza Meginhard.
  • Entonces porqué no se deja de palabrería y me dice que es lo que realmente le preocupa.
  • Meginhard sorprendido respondió. ¿Como puede usted...?
  • Yo no importo en esta conversación. Interrumpió el capitán.
  • Bueno si eso quiere... No entiendo el porqué se me ha encargado esta tarea... quiero decir, no es que no la considere importante, pero dado que debo encontrarme con el Lord Inquisidor en persona, quizá... debería ser alguien con mayor rango e importancia que yo ser el encargado ¿no cree?

Augusto se tomó unos segundos para meditar, desde que vio subir al sargento al transbordador el también estuvo preguntándose la razón de su presencia. Ahora, que el propio sargento no supiera porqué estaba ahí, solo acrecentaba sus dudas.

  • Temo sargento que eso se escapa a...

Su respuesta fue interrumpida por un golpeo fuerte que se acercaba a la puerta. Ambos dirigieron su mirada hacia ella y vieron como esta, al abrirse, dejó pasar a numerosas personas, entre ellos el acólito Loren al lado del Lord Inquisidor. Augusto dejó la copa en la mesa y se posicionó para recibir al Lord y a su séquito. Meginhard hizo lo mismo.
  • Lord Inquisidor, este es el sargento Meginhard del capitulo de los marines. Dijo Loren señalando al sargento, y este se inclinó respetuosamente.

Meginhard no podía bajar la mirada, era imponente. Vestía una armadura dorada, de brillo desgastado ya por el paso de los años y marcada por los cientos de golpes que había recibido a lo largo de las innumerables batallas. Estaba adornada con viejas inscripciones y sellos de protección y pureza. En su espalda, una larga y gruesa capa roja, coronada por un denso pelaje que protegía al Lord del frio característico de los planetas del sector Formosa. Pero lo que más llamó la atención de Meginhard era un pequeño reloj de arena que colgaba del cinturón del Inquisidor.

  • Lord Inquisidor, es un placer volver a estar con usted para servirle. Dijo súbitamente Augusto.

Las puertas se cerraron, pero antes de que estas lo hicieran por completo, un ave se coló entre ellas y revoloteó alrededor de Meginhard para finalmente posarse en el antebrazo de Augusto.

  • Ah Glovodan, cuanto tiempo... yo también me alegro de verte vieja amiga. Le dijo Augusto al águila mientras este le rascaba ambas cabezas.
  • ¿Parece que ni los años pueden quebrar vuestra amistad, verdad capitán Augusto? Dijo con voz profunda el Inquisidor Torquemada mientras levantaba el brazo para que su águila se posara en el.
  • Si no fuera por ella hoy no estaría aquí Lord... y el águila voló.
  • Y si no fuera por ti ella tampoco. Creo que tienes algo para mi sargento -dijo el Inquisidor- espero que no le haya supuesto una molestia abandonar su puesto para venir a entregar un simple mensaje.
  • No Lord Inquisidor, no es ninguna molestia, es todo un honor.

Meginhard saco de su cinturón el holodisco con el mensaje que se le habían entregado y con precaución, y sin apartar la vista del reloj de arena, se acercó al Inquisidor para dárselo. Antes de llegar Loren cogió el disco abruptamente y Meginhard, sorprendido por ello, desvió la mirada hacia Loren unos instantes pero inmediatamente la volvió a fijar en el reloj para acto seguido retirarse de nuevo a su puesto.

  • ¿Hay razón alguna para temer a ese reloj sargento? Pregunto el inquisidor.
  • No.. ¡NO! Respondió nervioso. Me preguntaba si ese era...
  • Así es, y ahora pasemos a asuntos más importantes. Interrumpió de nuevo el Inquisidor. Augusto, unos asuntos me tendrán fuera unas horas, necesito que te dirijas a la posición indicada en el mapa. Sospecho que es un viejo complejo secreto de Laredian, quizá halles en el alguna indicación de quien es el seguidor que aun anda suelto por este capitulo, he dispuesto un destacamento imperial bajo tus ordenes para que os acompañe.
  • Si Inquisidor.
  • Bien pues ahora debo ocuparme de una traidora que ha sido vista cerca, mantenme informado capitán.

Dictada la orden, volvió la espalda al sargento y al capitán Augusto. En ese momento, cuando el Inquisidor y su séquito se dirigían de nuevo a la puerta, uno de sus adeptos se dirigió a el...

  • ¡Ah! Cierto, sargento usted pasará a estar bajo las ordenes del capitán Augusto en esta misión como su ayudante y segundo al mando. Ya ha sido todo dispuesto.
  • Si Lord Inquisidor como ordene. Asintió Meginhard una vez más.

Y Torquemada prosiguió su camino hasta que abandonó la estancia junto a su séquito. Augusto ojeaba los papeles que Loren le había entregado. Contenían la ubicación del complejo y las ordenes formalizadas para empezar la misión, así como el reclutamiento de un destacamento imperial bajo su mando y la asignación de Meginhard como segundo.

  • Bien sargento, debemos dirigirnos a la salida oeste del baluarte, ahí espera el destacamento. Ordenó el capitán.

Ambos emprendieron el camino hacia el encuentro con el destacamento, cuando Augusto se percato de una extraña expresión en la cara de Meginhard.

  • ¿A que se debe esa sonrisa sargento? Pregunto con curiosidad.
  • Bueno -respondió el sargento- no me ha pedido que tenga cuidado. Y su sonrisa creció.
  • … Respondió Augusto.

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