Fear of the Dark (Acto V)

Los minutos se convertían en horas, horas que sumían a la pareja en la más absoluta oscuridad. Pasillos y salas iban quedando atrás, registrados hasta el ultimo de sus rincones, pero sin suerte. El silencio más abismal era roto únicamente cada 10 minutos por unas breves comunicaciones por radio entre Augusto y el Mariscal imperial, la única forma que tenían de llevar cierto control del tiempo. Las conversaciones entre Augusto y Meginhard se habían reducido a simples peticiones sobre por donde ir o que registrar, breves, sin esperanza de que estas dieran fruto, pero ¿qué podían hacer?

  • Ni un maldito cartel informativo. Se quejó Meginhard.
  • ¿Y que esperaba sargento? ¿Que el enemigo le indique el camino? Ironizó Augusto.
  • Maldita sea, no espero tal cortesía, pero estos... mierdas... ¿Como coño se orientaban?
Augusto notó la tensión y el nerviosismo en el sargento, era normal, esa situación a el tampoco le agradaba y le incomodaba bastante, y eso que en su caso el era un capitán gris, podía entender como se sentiría un simple sargento traído contra su voluntad y sin explicación alguna a ese lugar. De pronto Augusto cayó en la cuenta, un hombre de su rango e importancia no dudaba ni se cuestionaba las ordenes, y menos si eran del gran Inquisidor, pero ahora ¿quien iba a saberlo? ¿porqué habían traído hasta ahí a un sargento en esas condiciones?

  • ¿Qué hace aquí sargento? Preguntó
  • ¿Usted qué cree capitán?
  • Me refiero al porqué le encomendaron esta misión, porqué usted y no otro con más... rango, o porqué mandarlo solo.
  • Oh vaya capitán, muchísimas gracias, es usted un ejemplo perfecto para ilustrar sobre como calmar la tensión. ¿Recuerda? al llegar a este estúpido planeta le comenté acerca de mis dudas... y claro, a usted no se le ocurre otro momento para hablar sobre el tema, tenía que ser justo ahora...
  • Je... está bien, lo admito, si justo ahora me lo he planteado y le doy toda la razón, intento decírmelo y no le hice caso ¿contento? Ahora dígame como llegó aquí.
  • Muy tardía amabilidad. Bromeó de forma forzada Meginhard.
  • Sargento... Dijo Augusto con tono firme.
  • Esta bien, esta bien, maldita sea, ni una broma... ¿me la debe sabe? Verá, no tengo ni la más remota idea del porqué fui el elegido y con estas condiciones, el responsable de mi capítulo solo me dijo “eh vete al culo del universo y ten cuidado” pocas horas después estaba sentado en el mismo transbordador que usted, y desde entonces no me ha perdido de vista.
  • Y a santo de que... Augusto no pudo terminar, Meginhard le cortó.
  • No lo sé, se me encargó llevar un mensaje al gran Inquisidor, así que fui a mi capitán a consultar la posición de Díaz y este me dijo que debía llevarlo en persona, y el resto se lo acabo de explicar.
  • ¿Quién le encargo enviar ese mensaje? Pregunto Augusto.
  • El responsable del capitulo
  • ¿Y no podía decirle como contactar con el Inquisidor? Quiero decir... decirle que debía ir en persona.
  • No, la orden no me la dio directamente, me fue entregada por un emisario, por eso me dirigí a mi capitán...
La conversación seguía, y Augusto noto como poco a poco el sargento se ponía cada vez más nervioso, parecía que intentar encontrar respuesta a tanta pregunta no le tranquilizaba, y no era para menos, el asunto apestaba demasiado, y lo que más le preocupaba a Augusto es que el un capitán gris con su veteranía y la lealtad que había demostrado, tampoco sabía nada, algo le escondían, incluso a el. Por suerte o por desgracia, la conversación y sus pensamientos sobre todo ello fueron interrumpidos.

  • ¡Aja! Por fin una maldita indicación. Gritó Meginhard, aunque rápidamente miró a todas partes como intentando ahogar el ruido.
  • Bien. Dijo Augusto. La sala de control central esta por ahí cerca, vamos no quiero estar aquí ni un segundo más de lo necesario.

Emprendieron el camino indicado por la señal, y al poco Augusto se paró en seco.

  • ¿Ocurre algo Capitán? Preguntó Meginhard
  • Orlov...

Meginhard cayó en la cuenta, se habían olvidado completamente de ellos, ¿cuanto hacia que no tenían contacto? ¿se habían enfrascado los imperiales también en una conversación que les distrajo? No pudo seguir debatiendo en su interior, Augusto comunicó con los imperiales y nadie contestó a la llamada. Siguieron caminando.

  • Mierda... la radio comunica, así que están aún dentro de cobertura, pero no contestan... están muertos, y si todavía quedaba algún enemigo cerca ahora habrán escuchado la radio. Maldita sea... preguemos al emperador por que no sea así.
La puerta de la sala de control se hallaba ante ellos, entraron y rápidamente aseguraron la sala, no había tiempo que perder, había que registrar el lugar lo antes posible. Meginhard registró todos los armarios y cajones del lugar. Augusto revisaba los archivos de los ordenadores cuando en el ordenador de seguridad detectó el aviso de entrada indebida en el recinto y se quedo pensativo observándola fijamente.

  • La habremos hecho saltar nosotros hace horas. Dijo Meginhard al percatarse de las preocupaciones de Augusto.
  • No, cuando he empezado a mirar esa alarma no estaba activa, tenemos compañía.

Fuera lo que fuera, la alarma daba igual, de pronto un bombardeo empezó a retronar a su alrededor, estaban destruyendo la fábrica con ellos dentro, en el ordenador de seguridad se marcaban las zonas de impacto de las bombas y los sectores destruidos. Meginhard terminó de registrar el lugar y no encontró nada, Augusto había acelerado el proceso de búsqueda y observó que los archivos tenían un salto en su numeración, un archivo oculto se dijo.
Tarde, un gran impacto impactó cerca y parte del techo de la sala cayó sobre Augusto y Meginhard. Este pudo de un salto apartarse parcialmente y rápidamente se puso en pie. Augusto estaba inconsciente pero vivo. Perfecto dijo en voz alta Meginhard. Le golpeó la cara chillando su nombre hasta que Augusto despertó.

  • Gracias al Emperador. Dijo Meginhard.
  • Gracias a la armadura. Replicó Augusto.
  • Eso no es muy propio de un Caballero Gris. Vamos hay que salir de aquí.

Augusto se levantó y observó que el ordenador aún funcionaba. Rápidamente buscó el archivo oculto y ahí estaba, lo que andaban buscando. Sin pensárselo 2 veces Augusto empezó a copiar el archivo en una memoria para llevárselo de ahí mientras reía por la suerte tenida en un momento tan crucial.

  • Muy bien, le felicito capitán, pero ahora larguémonos de aquí cagando leches. Grito Meginhard.
  • Bien, aunque no esté todo con esto servirá.

Ambos se dirigieron a la puerta por la que habían entrado con la intención de recorrer el camino hacia atrás hasta un hangar por el que habían pasado al venir y ahí coger un transporte imperial para salir volando hasta la ciudad. Sin embargo al abrir la puerta una figura negra fija en mitad del pasillo les prohibía el paso.

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